27 de Abril de 2009
El matrimonio presidencial pone sus baterías electorales en
Buenos Aires. El gobernador acompaña, pero hay intendentes
que aún dudan.
Las candidaturas testimoniales no parecen caer bien. Las
estrecheces de la economía se empiezan a notar.
Declinará finalmente
Néstor Kirchner
su candidatura en Buenos Aires? ¿O será
Daniel
Scioli,
en vista de las dificultades, el que resuelva dar un paso
atrás? Esas dos preguntas, por encima de tantas otras,
merodean ahora el teatro electoral. Esas dos preguntas se
nutren del sinfín de desvelos que sufre cada día el Gobierno
y de una estrategia urdida para las elecciones de junio que
nunca termina de encontrar su rumbo.
Las preguntas, salvo algún imponderable, parecen tener
respuestas: Kirchner será candidato a diputado y Scioli lo
acompañará. El peronismo bonaerense no tiene otra receta.
Hay en la decisión de ambos cierta dosis de fatalismo:
calculan que la realidad no les está dejando alternativa,
excepto que estén dispuestos a enterrar sus destinos
políticos.
El ex presidente carece de margen para el retroceso después
de que exigió a los intendentes bonaerenses las candidaturas
testimoniales. Varios de esos funcionarios están viendo cómo
sus imágenes decaen en sus comunidades. Su deserción podría
acelerar la indisciplina y el desgranamiento en el
peronismo. Será el partido oficialista el soporte de
Cristina Fernández en los dos años largos de mandato que le
restan.
Si el gobernador de Buenos Aires no atinó a tomar distancia
cuando la jugarreta se lanzó, difícilmente pueda hacerlo
cuando quedan sólo dos meses para los comicios. Scioli no
dispone, igual que Kirchner, de ninguna opción sencilla. Una
pelea ahora abriría interrogantes sobre el futuro de su
administración. La posibilidad de una derrota condenaría a
los dos.
Sólo
la victoria emerge como una tabla de salvación. Y tampoco,
tal vez, cualquier victoria.
Se advierte en estas vísperas, sin embargo, una diferencia
en las adyacencias del ex presidente y del gobernador. Nadie
se atrevió a sugerirle a Kirchner que quizá debía
recapacitar sobre su candidatura. Ni siquiera se animaron
aquellos que en los sondeos de opinión pública han comenzado
a percibir algo: que la espuma de la dupla Kirchner-Scioli
se viene aplastando y que habría variantes que la empiezan a
empardar. Por ejemplo, la combinación del gobernador con
Sergio Massa, el jefe de Gabinete.
El universo de Scioli es diferente. El gobernador cambia
impresiones con sus colaboradores y con amigos fuera del
poder. También escucha. Escuchó impactado cuando un asesor
bien cercano le dijo la semana pasada mientras ojeaba una
encuesta: "Te dije que era mejor que no siguieras con
esto".
Pero Scioli está dispuesto a seguir. ¿Cómo pedirle a
Kirchner que se apartara?, según le había aconsejado un
confidente. ¿Cómo bajarse ahora en medio del río sin desatar
un torrente?, según le susurran asesores y ministros. El
gobernador decidió anudar su suerte a la de Kirchner y
esperar que una buena elección lo coloque quizá como un
presidenciable indiscutido para el 2011. Sólo quizá, porque
para llegar a la meta habrá un tiempo largo y complicado por
delante, con una crisis económica y social, con los
imponderables que suele deparar la Argentina y con los
misterios que siempre oculta Buenos Aires.
Scioli confía en su propia campaña y en su estrella para
salir a flote. Pero la línea electoral que va fijando
Kirchner lo desacomoda y no rinde los frutos esperados. El
adelantamiento electoral fue pensado como un recurso para
entorpecer a la oposición. Pero la oposición, incluido el PJ
disidente, muestra un progreso persistente. La postulación
de Kirchner se hizo con una evidente sobreestimación de la
imagen actual del ex presidente. La apelación a Scioli fue
urdida como un golpe final. Pero la elección en Buenos
Aires, que develará si el Gobierno zafa o no, continúa
abierta y con demasiados enigmas para el oficialismo.
Los encuestadores están divididos. Tres consultoras
vaticinan ahora, con cierta firmeza, la chance de que el PJ
oficial sea derrotado en Buenos Aires. Otras cuatro le
adjudican todavía la victoria a Kirchner-Scioli. Pero notan
que con el paso de los días las diferencias se achican. Los
más optimistas le conceden una ventaja no mayor a 6 u 8
puntos a la fórmula kirchnerista. Y hay que transitar aún
dos meses.
Para colmo, Kirchner alterna en la Provincia un tono
componedor, como aspira Scioli, con referencias inútilmente
hostiles. La semana pasada anduvo por Mar del Ajó y vinculó
de nuevo a la dictadura y a José Alfredo Martínez de Hoz con
el conflicto con el campo. O existe obstinación o un
profundo desconocimiento: aquella ciudad balnearia pertenece
al partido de General Madariaga, donde la actividad agrícola
es su médula. Lo rodea además una región de influencia que
integran Ayacucho, Tandil, Azul, Olavarría, Balcarce. Muchos
de esos intendentes se agarraron la cabeza.
Los intendentes tiemblan por el juego al que se los ha
obligado a jugar. Los del conurbano pretenden armar sus
listas con el sello y el escudo del PJ y no con el Frente
para la Victoria que inventó Kirchner. Necesitan como nunca
en estos años la impronta peronista y también necesitan ser
prácticos: la boleta del PJ es en los cuartos oscuros la
número dos; la del FPV es la vigésima. El hábito electoral
en muchas de esa zonas indica que a los votantes les atrae
la simbología peronista, pero además la facilidad de
encontrarla en las primeras boletas a la vista. En la
elección del 2007, cuando ganó Cristina, los intendentes
optaron por las boletas del PJ y relegaron al FPV para las
llamadas colectoras.
El problema de aquellos intendentes, como el resto de la
sociedad, no son sólo los ardides para una elección
anticipada sino los malos augurios de una realidad a la cual
el Gobierno desatiende obsesionado por junio. Asusta el
encapsulamiento de los Kirchner, que siguen aferrados a un
paisaje económico que no existe. Lo de las cifras de la
inflación del INDEC es un tema trillado pero el matrimonio
relativiza ahora un descenso en la producción (apenas un
0,4% en la industria en marzo respecto del mismo mes del
2008) que todos los sectores registran. La UIA afirman que
el descenso industrial es ocho veces mayor que lo que
refleja el INDEC. Consultoras privadas lo estiran a diez
veces. La Presidenta ha perdido reflejos y rigor en sus
explicaciones: mencionó el flujo turístico de la Semana
Santa como demostración de lo bien que anda la Argentina.
Cualquier voz disidente genera enseguida un gesto de furia.
El Gobierno replicó un pronóstico del FMI que señala una
caída de 1,5% del PBI para este año. Adujo, con razón, que
el organismo no ha sido eficiente con anteriores
valoraciones del país. Pero objetó que para su informe
haya utilizado datos de consultoras privadas que, a juicio
suyo, no son confiables. ¿Los son acaso las que difunde
desde hace varios años el INDEC?
La pelea con el FMI se produce en un tiempo en que los
Kirchner andan a la búsqueda de plata. La caja del Estado se
vacía.
Carlos Fernández
viajó a Washington para observar si es factible la entrega
de los 2.500 millones de dólares que le corresponderían al
país después de que el G-20 resolvió capitalizar al
organismo. Brasil puso a disposición otros 1.500 millones
luego de la visita de Lula.
Las urgencias afloran y no amenazan únicamente al
matrimonio.
El
Gobierno lleva utilizados más de 7 mil millones de pesos de
la ANSeS pero Scioli debió recurrir en Buenos Aires a 1.600
millones del Instituto Previsional para que la Provincia no
se pare.
El Gobierno interviene cuando no debe hacerlo y desaparece
cuando su presencia resultaría imprescindible. Kirchner se
brotó por un informe crítico sobre la situación energética
de ocho ex secretarios y les negó un salón de la Facultad de
Ingeniería. La prohibición no sólo se convirtió en un
episodio político de resonancia: también sirvió para validar
la palabra de aquellos ex funcionarios, varios de los cuales
no tuvieron un tránsito feliz por el poder.
Los Kirchner, en cambio, se niegan con tenacidad a hablar
sobre la epidemia del dengue. Graciela Ocaña ha sido
condenada a la soledad y obligada a lidiar con algunas
situaciones políticas que la exceden. ¿Cómo actuar en el
pandemonio político de Chaco, epicentro de la enfermedad?
Allí hay cuestiones vinculadas al área de salud que Jorge
Capitanich no logra ordenar. En el área está su esposa,
Sandra Mendoza.
El silencio no es, en ese caso, el único pecado que arrastra
el matrimonio. La ministra de Salud pudo hablar en todo este
tiempo de epidemia sólo una vez con la Presidenta. Fue para
informarle que haría una exposición en el Senado.
Ocaña está empeñada en paliar, al menos, la epidemia antes
de que lleguen los comicios. Quizás esos comicios sean el
límite de su permanencia en el Gobierno y de pertenencia al
espacio político kirchnerista. No le desagradaría un regreso
al llano.
Los Kirchner han roto lazos con ella, entre otros motivos,
porque la transversalidad no existe. Existe sólo el PJ
bonaerense y la CGT. Existen, sobre todo, las elecciones.
Esa actitud siembra dudas sobre el futuro. Esa actitud no
ayuda a regenerar confianza. ¿Será capaz la oposición de
generarla? Hay una nación y una sociedad que atisban con
cierto temor. Que aspiran a que la vida normal continúe
después del último domingo de junio.
Extracto
de la columna del politólogo Eduardo Van der Kooy en el
diario Clarín del 26-04-2009.